sábado, 8 de junio de 2013

Capítulo 37

El pasillo parece una eternidad mientras me dirijo hacia la potente luz blanca que alumbra el final. Iris sigue cogida de mi mano y me prometo no soltarla, pase lo que pase. Liam está delante de nosotros, mirando fijamente al frente pero veo que Rebeca se vuelve cada poco tiempo.
Cuando llegamos al umbral de una enorme puerta, se queda mirándonos. Me estremezco ante su escrutinio pero veo que no se está fijando en mí, si no en algo que hay detrás. Al darme la vuelta, solo veo una puerta, ligeramente disimulada en las sombras.
Cuando me vuelvo, Rebeca esboza una sonrisa y un asentimiento prácticamente imperceptible sacude su melena. Ahora que me doy cuenta y la veo a la luz, veo que tiene el pelo rojo fuego. Y los ojos morados, muy morados...
Vuelvo a la realidad con un estremecimiento, sintiéndome culpable por algo que no he hecho. "Que esté enamorado de Iris, no significa que no me puedan parecer atractivas otras mujeres" razono. "No hay nada por lo que tenga que sentirme mal".
Sacudo la cabeza y me percato de que el pelo me ha crecido mucho. Pronto me lo tendré que cortar, si no quiero que me bloquee la visión.
Entramos en la habitación y nos quedamos en el zaguán de la puerta hasta que los ojos se nos acostumbran al potente brillo. Seguimos entrando, y vemos que hay una enorme mesa redonda al rededor de la cual están sentados más o menos una veintena de personas.
Todas las miradas se vuelven hacia nosotros y más de cuarenta ojos morados se centran en mí. Me quedo clavado en el sitio, sin saber qué hacer o decir. Cientos de ideas se me pasan por la cabeza, pero una predomina sobre las demás: "Si suelto a Iris, todos estos tigres se abalanzarás sobre mí". Sonrío ante esta idea y aprieto la mano de Iris, que me devuelve el apretón.
Liam nos guía hasta un par de sillas vacías. Iris y yo nos sentamos pero ellos dos se quedan de pie, detrás de nosotros.
Pasados unos minutos, la conversación vuelve a inundar la sala hasta que llega mi padre. En ese instante se callan todos. Mi padre se sienta a mi lado y me sonríe.
-El Consejo ha empezado. Callaos -dice, aunque no hace falta ya que hay un silencio sepulcral-. El tema a tratar en esta reunión es la nueva adquisición de nuestro grupo. Mi hijo Dániel y su compañera Iris.
Nos hace una seña para que nos levantemos y lo hacemos, con el rubor cubriendo nuestras caras. Nadie aplaude, pero tampoco hay un clima de tensión. Mi padre no parece preocupado por la fría acogida, así que yo decido no preocuparme tampoco.
Después de unas cuantas vanalidades más, mi padre hace una pausa y dice:
-Ahora lo que nos ocupa es decidir su destino.
-¿El de quién? -pregunto.
-El de tu madre.

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